Marruecos y el F-35. Otra vez

La noticia cobra fuerza de nuevo, especialmente tras la negativa del Gobierno español a adquirir el F-35.

 

Vuelta a las andadas de una de las serpientes de verano. Foto: elespañol.com

Las serpientes de verano han menudeado durante esta canícula, de manera exponencial, además, hasta llegar, cómo no, a la madre de todas: Marruecos y el F-35. La posible adquisición del caza furtivo F-35 Lightning II por parte del Reino de Marruecos ha vuelto a despertar una ola de especulaciones en los entornos de la defensa y diplomacia internacionales, especialmente en el ámbito mediterráneo, tanto europeo -en lo que nos atañe- y africano -especialmente Argelia-. La información original fue publicada por el medio especializado Military Africa el pasado 14 de agosto, en un artículo firmado por el periodista Darek Liam, en el que se detallan supuestas negociaciones entre Marruecos, Lockheed Martin -fabricante- y EE.UU., bastante avanzadas, para la compra por parte de Rabat de hasta 32 unidades del F-35, por un importe superior a los 17.000 millones de dólares. En España, la noticia ha sido divulgada por infodefensa.com, a través de la pluma de Ginés Soriano.

Desde una perspectiva europea, y particularmente española, conviene abordar la cuestión con la cautela que merece todo supuesto movimiento de esta envergadura. Como analistas, debemos recordar que el proceso de adquisición de sistemas tan avanzados como el F-35 no es simplemente una transacción comercial, sino un proceso largo, complejo y profundamente político en algunos casos, donde la aprobación por parte del Congreso de Estados Unidos, los mecanismos del Foreign Military Sales (FMS) y la coordinación con socios regionales y alianzas como la OTAN juegan un papel determinante. Las aristas no son, por tanto, menores ni romas. No basta con la intención o, incluso, con acuerdos preliminares; es más, aún asumiendo el éxito de las negociaciones -de ser ciertas- y la consecución de un contrato de compra por parte de Marruecos, la integración de un caza de quinta generación como el F-35 requiere una infraestructura logística, doctrinal, técnica e industrial que, por el momento, Marruecos no posee de forma demostrable. Cosa distinta será si, en el contexto de los esfuerzos marroquíes por la asunción de capacidades industriales y tecnológicas de primer orden, acaba consiguiendo hacerse con un sistema -F-35- que desafía a las doctrinas logísticas más exigentes, que todo puede ser.

Desde un punto de vista técnico-operativo, el F-35 es más que un mero salto, es un salto cuántico respecto a los sistemas actualmente en servicio en la región, incluidos, por supuesto, los españoles. Marruecos, cuya columna vertebral aérea está formada por F-16Block 52+, a la espera de la entrega de los modernizados al estándar 70/72 a comienzos del año próximo, y por cazas Mirage F1 y F-5 Tiger II, en proceso de retirada y a expensas de la llegada de los Mirage 2000, procedentes de Emiratos, tendría que realizar un esfuerzo titánico para adaptar su estructura de mantenimiento, la formación de pilotos, la doctrina de empleo y la capacidad de enlace con redes de combate digitalizadas. Las exigencias logísticas del F-35 no se limitan a hangares y piezas de repuesto, sino que requieren una red de soporte tecnológica especialmente desarrollada, centros de mantenimiento específicos para las características de baja observabilidad del caza, una cultura operativa radicalmente distinta a la que practican las FAS marroquíes, y que comprenda el concepto de guerra en red y superioridad informacional, que es, en definitiva, a donde camina el combate aéreo del segundo cuarto del siglo en que nos adentramos ya. Dicho así, todo parece apabullante, pero es que realmente lo es. El F-35 es el exponente industrial y tecnológico que pone a prueba la fortaleza de las capacidades técnicas, económicas y de conocimiento no ya de unas fuerzas armadas, sino de casi todo un país.

Desde una perspectiva industrial, Marruecos ha dado pasos notables en el desarrollo de un ecosistema aeroespacial emergente. Los últimos años de se desempeño en este ámbito así lo demuestran. Se he hecho con la presencia en su suelo de fabricantes internacionales (Boeing, Safran, Airbus…) y de una red de subcontratistas locales que trabajan dando soporte a esos primeros espadas, principalmente en segmentos de baja y media complejidad, pero que están reuniendo conocimientos a marchas forzadas. No obstante, éso está muy lejos aún de constituir la base industrial y tecnológica de defensa (BITD, por su conocido acrónimo) necesaria para operar y sostener una flota de F-35 de forma más o menos autónoma o semi-autónoma. De hecho, países como Italia, Reino Unido, que ya operan el F-35, o incluso Polonia, que recibirá en pocos meses sus primeros aparatos -en pruebas en suelo norteamericano-, han invertido a lo largo de décadas en consolidar dichas capacidades, siempre bajo un estrecho paraguas de colaboración con Estados Unidos; algo ineludible en un sistema de armas en el que la dependencia operacional del fabricante es significativamente mayor que en cualquiera de los cazas anteriores de origen norteamericano.

Foto-montaje de moroccoworldnews.com

La falta de transparencia en torno a cómo Marruecos prevé sostener esta capacidad invita a cuestionar, cuando menos, la viabilidad real de la operación, pero ello no es óbice para considerar que tiene varios factores a su favor para salir adelante. Vale la pena señalar algunos de ellos: la especial consideración de Washington con Rabat; la posible adquisición por Argelia del caza ruso Su-57, de 5ª generación, como ahora veremos; la estrecha colaboración que Israel ha establecido con Rabat -que otorga cierta ventaja competitiva ante Washington y de la que hablaremos también más adelante-; el reciente reconocimiento del Sáhara como posesión marroquí; la naturaleza de estado-tapón de Marruecos frente al lodazal del Sahel… No son pocas las bazas de Mohamed VI a la hora de sentarse en el Despacho Oval, probablemente más que las que podría esgrimir el Gobierno español ahora mismo.

En el plano político-estratégico, la adquisición de F-35 por parte de Marruecos supondría un punto de inflexión en el equilibrio regional. No sólo incrementaría exponencialmente las capacidades marroquíes, sino que afectaría directamente a la postura estratégica de Argelia, tradicionalmente respaldada por Rusia y cada vez más interesada en adquirir capacidades similares, como los cazas Su-57. La incorporación del F-35 en el Magreb se interpretará, sin ningún género de dudas, como una amenaza existencial por parte de Argel, que ya ha hecho movimientos para hacerse con el Su-57, pero que, a día de hoy, no pueden confirmarse, por hallarse las informaciones al respecto en la habitual bruma que generan este tipo de adquisiciones. Cabe suponer que la escalada de capacidades militares en una región ya marcada por una desconfianza histórica, supondrá un calentamiento súbito de la misma, posicionándola al borde de tiempos peores.

Para España, socio prioritario de la OTAN y potencia regional con interés directo en el Mediterráneo occidental, la introducción del F-35 en Marruecos debe analizarse, y de hecho ya se ha hecho concienzudamente, con sumo detenimiento. Aunque las relaciones entre Madrid y Rabat fluctúan entre una suerte de pretendida cooperación pragmática y la secular tensión política que nos caracteriza, la aparición de una plataforma furtiva de 5ª generación en el flanco sur de la Península Ibérica, sin respuesta a la par desde España, alteraría todas las doctrinas de defensa vigentes. Una coyuntura así obligaría a revisar no sólo los planes de modernización de las Fuerzas Armadas, especialmente en el ámbito de la superioridad y la defensa antiaéreas, sino todo lo relativo al planteamiento defensivo estratégico nacional, desde la defensa de los emplazamientos más al sur, hasta los fundamentos de todos los planes de contención y respuesta establecidos hasta ahora. El terremoto en Castellana, 109, no sería precisamente menor.

España dispondrá de más y mejores argumentos que el F-35, siempre que la fortuna guíe al programa FCAS, lo que está más en entredicho que nunca.

Decíamos que también es relevante el papel de Israel en este contexto. Desde la normalización de relaciones diplomáticas entre Rabat y Tel Aviv en el marco de los Acuerdos de Abraham, se han intensificado los intercambios militares, incluyendo la adquisición de drones, sistemas de defensa y una fluida cooperación industrial. La posibilidad de que Israel actúe como facilitador tecnológico o diplomático en la adquisición de F-35 por parte de Marruecos introduce una nueva variable en la ecuación regional. No obstante, cabe recordar que incluso Israel, siendo parte del programa JSF (Joint Strike Fighter F-35 Lightning II), está sujeto a restricciones en el uso y modificación del aparato, aunque es, con mucho, el socio del Programa que de más libertades dispone, más licencias, por así decirlo. En cualquier caso, la dependencia también lo subyuga de alguna forma, lo cual subraya la sensibilidad con la que EE. UU. gestiona estas tecnologías tan vanguardistas.

En cuanto al aspecto financiero, los 17.000 millones de dólares que se mencionan como coste total de la operación representan una cifra descomunal para cualquier economía de la región. Aunque, como cita el artículo, ésta podría estructurarse a lo largo de varias décadas, la sostenibilidad de tal esfuerzo presupuestario suscita dudas, aunque quizás hablemos del menor de los problemas para el Gobierno de Rabat, hecho a nadar en aguas turbulentas con una tradicional diligencia. Marruecos, que ha priorizado en los últimos años la modernización de su aparato militar, ha contado con recursos para ello, principalmente de «benefactores» externos, como Arabia, que ya hace casi 10 años comenzó a extender cheques (22.000 millones de dólares, sólo en 2016), pero el salto hacia una plataforma como el F-35 podría tensionar su equilibrio fiscal y condicionar otras inversiones en otros sectores estratégicos, vitales para sacar al país del subdesarrollo en que se desenvuelven no pocas de sus realidades sociales y económicas.

Resumidamente, si bien la posibilidad de que Marruecos acceda al F-35 no puede descartarse del todo, resulta obligado matizar con seriedad y temple la narrativa triunfalista -o trágica, según a quién leamos- que algunos medios vienen esbozando hace muchos años ya. Los obstáculos operativos, industriales, logísticos, doctrinales y financieros son de tal magnitud, que hacen razonable considerar que, al menos a corto y medio plazo, la operación dista mucho de estar asegurada. Dicho ésto, no puede dejar de apuntarse que las sorpresas existen, y en el nebuloso escenario en que se mueven estos asuntos, todo puede ocurrir, al punto de que lo que parecía irrealizable se materializa ante la mirada atónita de los más descreídos en un abrir y cerrar de ojos.

Falta, por fin, la más importante de las variables, la inevitable evaluación geoestratégica que EE. UU. realiza antes de permitir exportaciones de este calibre, en función de sus propios intereses y los equilibrios regionales. Como dice el «viejo temporizador», hay que respetar los tiempos, y éso implica pasos substanciales que Washington nunca toma a la ligera (FMS, DCSA…).

Para España, este hipotético escenario exigirá un seguimiento riguroso, una reflexión profunda y mucha cautela. Sobre el futuro del equilibrio militar en el Magreb tenemos mucho que decir; pero, de un tiempo a esta parte, nuestra voz se ha apagado, modulada de manera imprudente hasta hacerla imperceptible allí donde debía ser más clara. A pesar de todo, la prudencia, el análisis contrastado y la preparación estratégica siguen siendo las mejores herramientas frente a la incertidumbre. Extremar el escrúpulo, el celo, marcará la diferencia entre adentrarnos en el terreno del pánico, o navegar firmes en la toma de decisiones correctas.

Jorge Estévez-Bujez

defensayseguridad.es

 

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