Europa no es un decorado: España ante la falsa dicotomía entre dependencia y soberanía

El artículo publicado por Nicolas Ravailhe, miembro del Colegio de Abogados de Bruselas y profesor de la Escuela de Guerra Económica, en el medio francés La Tribune, merece ser comentado. Y merece serlo, no porque sus inquietudes sobre la soberanía europea carezcan de interés, que lo tienen, sino porque su diagnóstico, aunque vehemente, incurre en vulgares simplificaciones, y su propuesta de estrategia es, en el mejor de los casos, selectiva y, en el peor, irreal.
Se equivoca Ravailhe al presentar a Europa como un decorado sin voluntad, secuestrada por sus dependencias transatlánticas, y presa de un impasse en lo defensivo sin visos de revertirse. Sugerir que cualquier apuesta por la cooperación con Estados Unidos en lo militar es una claudicación de la soberanía, raya en lo obsceno, cuando no en lo absurdo. Como si décadas de alianza, de estar en el mismo lado de la Historia reciente, fueran poco menos que una lepra diplomática. Esa lectura ignora deliberadamente el hecho de que la soberanía no es un estado puro, ni un acto de ruptura, sino un proceso acumulativo de capacidad y responsabilidad compartida cuando los estados deciden agruparse por el bien de la seguridad común. Claro que Europa se abandonó al solaz placer del «que invite Washington», y que Francia fue quien más se distanció de aquella modorra generalizada… hasta ahí estamos todos; lo que de ningún modo es admisible es que, por arte de la súbita recurrente de paternalismo europeo que, de cuándo en cuándo, invade al francés de turno del Elíseo, vengan a hacernos parecer a todos poco menos que cretinos traidores a la idea de Europa, la idea de Europa que tiene París, claro. Como si a los demás tuvieran que decirnos qué es Europa y qué idea de la misma debe prevalecer; como si desde San Isidoro a la medición del meridiano; desde El Sabio, hasta Bazán, la idea de Europa fuera una, inconexa de las otras, cuando la realidad es que España ha dado forma y valor a más Europa de la que la mayoría de países pueden juntar uniendo sus currículos.

Nicolas Ravailhe
España, al igual que otros socios europeos, va tarde, pero ha defendido una Europa soberana desde unos modestos hechos que han reivindicado capacidades propias y compartidas con esos aliados del Viejo Continente: Eurofighter, fragatas F110, S-80, misiles de MBDA, ciberdefensa… Pero también hemos aceptado, como hace toda nación pragmática, que el camino hacia una autonomía estratégica real no se traza desde el aislamiento doctrinario, sino desde la interoperabilidad inteligente, desde la colaboración con aliados y organizaciones; organizaciones de las que no vale tachar ahora al que estuvo primero en interés de todos, por más que ese que estuvo primero, por desgracia y durante 4 años aún, se haya vuelto un bocazas con el que no apetece salir a cenar. El bocazas se marchará, pero los norteamericanos seguirán, elegirán a otro, y ya veremos entonces cómo cruzar ese río.
Ravailhe acusa a Europa de una sumisión consciente. Pero ¿de verdad puede hablarse de subordinación cuando Polonia, Finlandia o los Estados Bálticos buscan armas con urgencia para frenar una amenaza tangible y actual? Lo que él califica como entreguismo es, en realidad, disuasión inmediata. Más caro que depender de Washington sería llegar tarde a una guerra que podría evitarse con alianzas funcionales. El pragmatismo que requiere la intensidad de la realidad que estamos viviendo no puede responderse desde los arsenales y fábricas francesas. No sólo no alcanzan para todos, sino que dudo que interese vetar a un proveedor indispensable en beneficio de otro que, solvente en no pocas materias, tiene carencias mayores que las que él mismo cree.
Decir que sólo Francia es soberana en materia nuclear es cierto en términos formales, pero no en términos funcionales. España no tiene armamento atómico, pero sí una visión estratégica profundamente europea, quizás demasiado impropia, pero indudablemente pro-europea, aunque sea fruto de nuestro desnorte diplomático y del poco carácter internacional que sufrimos. Aquí el europeísmo es dogma, por más que sea el síntoma de nuestra poca personalidad nacional en materia de relaciones exteriores. Francia, si quiere liderar algo más que sus propios intereses, debería mirar a sus socios como aliados con dignidad estratégica propia, y no como peones desorientados de un tablero que solo París entiende, porque éso ya lo estamos viendo en Washington y no viene a sorprendernos y mucho menos a seducirnos.
Cabe apuntar, para dejar poco sin comentar, que la colaboración entre Rheinmetall y Lockheed Martin no es menos legítima que las ventas francesas a Egipto o los acuerdos industriales con naciones no alineadas; o, porqué no decirlo -en clave doméstica-, que la estrecha amistad y el secular cariño con que Francia se desempeña del Estrecho hacia abajo no son el mejor plato que tenemos que digerirnos en España con recurrente frecuencia. Si se va a exigir coherencia, mejor empezar por casa. La soberanía no se impone; se construye. Y se construye desde la capacidad de resistir presiones económicas, tecnológicas y también ideológicas; de aquí y de allá.
España, desde su debilidad, o desde su fuerza relativa, debe defender una Europa fuerte y unida, con autonomía operativa y base industrial propia. Éso, al menos, es lo que se desprende del proceder de todos los gobiernos desde el año 86. Pero no debe ceder a la vía de la exclusión. La cooperación con Estados Unidos no impide la soberanía europea, salvo que Europa se resigne a no tener un proyecto común. Lo decisivo, por tanto, no es romper con Washington, sino fortalecer Europa; a salvo, éso sí, de las ínfulas francesas de grandeur. Y eso implica algo que Ravailhe parece ignorar: que la verdadera batalla por la soberanía no se libra en los hangares ni en los arsenales -no sólo-, sino en los parlamentos, en los presupuestos, en las licitaciones europeas… Si Europa compra armas norteamericanas, es porque no ha tenido el valor político —no técnico— de crear una defensa europea competitiva, accesible, fiable y común.
La crítica legítima no es que Europa coopere con Estados Unidos. La crítica legítima es que no lo haga desde una posición de fuerza. Y ahí, Francia, Alemania, Italia, España y todos los demás comparten una misma responsabilidad: hacer de la autonomía estratégica algo más que una consigna.
Porque la soberanía se vota, pero también se fabrica.
Jorge Ebujez
defensayseguridad.es

