El Ministerio de Hacienda ha aprobado una inversión plurianual de 10.471 millones de euros para modernizar las Fuerzas Armadas. El llamado Plan Industrial y Tecnológico para la Seguridad y la Defensa es ambicioso, ruidoso y cargado de promesas. Se ejecuta, además, con una velocidad inusual: España alcanzará este mismo año el famoso 2% del PIB en gasto militar, adelantándose cuatro años al compromiso asumido con la OTAN. Pero tras la fanfarria tecnocrática y los titulares triunfalistas, quedan algunas sombras.

Némesis. La casilla de salida de la nueva fuerza artillera tiene candidatos claros
Son cinco bloques con grandes cifras, pero sin voto parlamentario, no lo olvidemos. Por lo que los 10.471 millones se reparten en cinco ejes: mejora de condiciones para la tropa (3.700 M€), inversiones en ciberdefensa (3.260 M€), capacidades ofensivo-disuasorias (1.900 M€), medios para emergencias y misiones duales (1.750 M€), y por último, impulso a la industria de defensa nacional. Todo suena moderadamente razonable sobre el papel. Se puede discutir, pero es más de lo que había, por más que ya hayamos puesto aquí las cifras en tela de juicio en no poca entidad.
El principal problema, o uno de ellos: no ha habido un aval parlamentario. El Congreso no ha votado ni debatido este paquete masivo del presidente Sáchez. El Gobierno ha recurrido a transferencias presupuestarias y a instrumentos del Fondo de Liquidez Autonómica para financiarlo, sin subir impuestos (dicen). Una maniobra de virtuosismo fiscal que genera más titulares que transparencia.
MIentras tanto, y a la vista del cuerno de la abundancia anunciado, la industria aplaude, pero espera
No en vano, el plan contempla más de 31 programas especiales de modernización (PEM). Las empresas de defensa, llamadas a liderar el impulso productivo, miran el calendario con esperanza y frustración. El dinero no parece fluir aún y los anuncios del Gobierno se chocan con la maquinaria lenta de la Administración y una burocracia que sigue sin comprender la urgencia industrial de la defensa. Aunque lo cierto es que pedir agilidad a la burocracia es de la misma utilidad rezar por nieves en julio.
El Ejecutivo, en el respeto de la línea mediática emprendida por Bruselas de nacionalizar gasto e inversiones, insiste en que el 87% de los fondos irán a empresas españolas, y que el plan creará 96.000 empleos. Pero esas cifras, sin convenios firmados ni plazos detallados, se asemejan más a deseos que a realidades en tanto no se traduzcan en negro sobre blanco.
La inversión será relevante, sin duda. España se modernizará, es cierto, pero nadie parece preguntarse para qué. O, al menos, no parece haber un camino claro. Queremos saber las capacidades a alcanzar ¿Qué doctrina, qué amenazas, qué modelo de defensa sustentará esta lluvia de millones? Habrá por fin dinero, pero falta estrategia compartida. El Gobierno invierte, pero no construye relato, lo que resta fuerza al propósito y abona el terreno a las dudas del proyecto…

Proyectos en el aire. SILAM.
El JEMAD y el barniz de autoridad
El almirante general Teodoro López Calderón, JEMAD, señaló recientemente que el 2% del PIB es suficiente para cumplir con los compromisos internacionales, siempre que haya «industria competente» y «personal formado». Quizá tenga razón, pues la cuestión económica aún debe concretarse, pero sus palabras suenan a llamada de cordura en un entorno donde el gasto es la nueva bandera de compromiso, como si el dinero por sí mismo garantizara defensa.
El discurso oficial humaniza el plan, lo quiere socializar para encajarlo mejor en la estrategia del Gobierno: mejores salarios, formación, sostenibilidad, futuro para los soldados. Nada que objetar. Pero también hay que evaluar. ¿Se están corrigiendo las carencias estructurales del modelo militar español? ¿Se vincula el gasto a logros concretos o se diluirá en un nuevo ciclo de anuncios y retrasos? Demasiadas preguntas.
En palabras del presidente Pedro Sánchez, «no subimos impuestos ni el déficit». Pero la pregunta clave (otra más) no es cómo se paga, sino para qué se paga. Modernizar la defensa no es solo comprar sistemas ni dotar a empresas, sino clarificar un rumbo nacional. Planificación, doctrina, futuro… no es tan difícil.
La potencia presupuestaria corre así el riesgo de materializar una estrategia incierta. España se aproxima al umbral simbólico del 2% del PIB en defensa, y lo hace a base de gasto rápido, propaganda oficial y promesas industriales. Pero ni el Congreso ha votado, ni la industria ha cobrado, ni los militares han definido un horizonte doctrinal o, al menos, no les han dejado comunicarlo.
Este plan puede ser la base de una defensa soberana y moderna. O puede quedar como otra oportunidad dilapidada en declaraciones, inauguraciones y PowerPoints. El tiempo y la ejecución dirán si estamos ante una verdadera transformación o ante una gran operación cosmética con acento electoral.
Jorge Ebujez
defensayseguridad.es

