Comentarios a las palabras de Ben Harry sobre el auge y caída del Ejército de Su Majestad británica

Jorge Estévez-Bujez
Ben Barry firma en The Critic un texto incómodo y necesario sobre el estado real del Ejército británico. Barry no es un comentarista externo ni un polemista ocasional: es brigadier retirado del British Army, analista asociado del International Institute for Strategic Studies (IISS) y autor de The Rise and Fall of the British Army, 1975–2025. Su mirada combina experiencia profesional, memoria institucional y una evidente voluntad de dejar constancia, más que de ajustar cuentas, algo para lo que, quizás, no haya demasiado tiempo ahora; puede que más adelante, pero no ahora cuando el aliento de la guerra propaga su hedor por una Europa trémula. Lea el artículo aquí
El artículo parte de una pregunta tan simple como devastadora, formulada por el historiador Allan Mallinson: cómo pudo el Reino Unido pasar de disponer de uno de los ejércitos más capaces de Europa a uno que hoy no puede garantizar que sus soldados cuenten con munición, apoyo médico y reservas logísticas suficientes para una guerra de alta intensidad. Partiendo de ahí, Barry no discute la premisa; la desarrolla con método, cifras y una reconstrucción minuciosa de decisiones políticas acumuladas durante más de 3 décadas de desidia gubernamental que cubrieron de herrumbre al otrora respetado Ejército británico.
Su relato sitúa el punto álgido del poder militar terrestre británico a finales de la Guerra Fría. En aquel momento, el Ejército combinaba doctrina moderna, entrenamiento exigente, volumen suficiente y una base industrial capaz de sostenerlo. El contraste con la situación actual es brutal: de más de 150.000 efectivos (recordemos, sólo el Ejército, no hablamos de la Marina ni la Fuerza Aérea) en 1991 se ha pasado a unos 75.000 en 2025, con menos divisiones, menos brigadas pesadas y una capacidad de combate reducida en más de la mitad. Pero para Barry el problema no es sólo cuantitativo, que es el que primero salta a la vista, sino cualitativo: el Ejército es hoy menos capaz de sostener el combate, es menos ejército.
La causa principal no es una devastadora derrota concreta, sino una cadena de revisiones de defensa que aceptaron recortes estructurales (los llamados dividendos de la paz) mientras negaban públicamente sus consecuencias. El autor señala con especial dureza la hostilidad persistente del Tesoro público londinense hacia el gasto en fuerzas terrestres y la preferencia del Ministerio de Defensa por grandes programas navales y aéreos, que acabaron drenando recursos esenciales para el Ejército: personal, munición, repuestos, sanidad militar y entrenamiento. Cuando el presupuesto no alcanza, recuerda Barry, lo primero que se sacrifica es aquello que no se ve en los desfiles, pero que decide las guerras.
En este contexto, las campañas de Irak y Afganistán aparecen como un punto de inflexión. El Ejército británico demostró una notable capacidad de adaptación táctica, pero operó durante años muy por encima de lo que su estructura y financiación podían sostener. La lentitud en la adquisición de helicópteros, vehículos protegidos y sistemas de vigilancia tuvo un coste humano directo, mientras la centralización burocrática del Ministerio de Defensa restaba margen de decisión al mando del Ejército. El resultado fue una institución agotada, sedienta, exhausta, obligada a priorizar la contrainsurgencia y a descuidar la preparación para la guerra convencional entre estados; la misma para la que hoy quieren apresurarse todos los estados mayores del continente europeo.
Barry insiste en que la derrota estratégica en Afganistán y la invasión rusa de Ucrania en 2022 desnudaron una realidad que ya no podía ocultarse: el Ejército británico carece hoy de reservas suficientes para combatir una guerra de alta intensidad junto a aliados comparables. Puede desplegar fuerzas ligeras para operaciones limitadas, pero su capacidad blindada y mecanizada sufre carencias graves de artillería, munición, vehículos de combate de infantería y apoyo médico. La pregunta clave —«¿puede el Ejército luchar esta noche?»— recibe una respuesta trágica.

Especialmente revelador es su análisis del entrenamiento, para el que tampoco tiene piedad. Durante décadas, el Ejército británico se entrenó en escenarios exigentes, con ejercicios de brigada y división que generaban fricción real, presión sobre los mandos y aprendizaje auténtico. Ese modelo se ha ido erosionando hasta crear una brecha generacional en la experiencia de guerra blindada. La participación en ejercicios OTAN no compensa, a juicio de Barry, la falta de ciclos completos de entrenamiento nacional de alta intensidad.
Las propuestas finales del autor son deliberadamente poco grandilocuentes, como si —con toda sensatez— no se dejara arrastrar por la toma de conciencia política tardía del problema militar que las mismas autoridades crearon. Desconfía de consignas sobre “multiplicar la letalidad” sin respaldo presupuestario y aboga por medidas inmediatas: comprar munición y repuestos con urgencia, reconstruir la sanidad militar, reducir drásticamente la burocracia que asfixia el adiestramiento, acelerar la integración de drones y, sobre todo, volver a entrenar a gran escala. Si Rusia puede regenerar fuerzas en un plazo de cinco años, esperar a 2035 para estar listos no es una opción. No me resisto a dar cabida aquí a las palabras del almirante (r) Garat, que recogimos en DYS hace meses: «la primera capacidad que hay que recuperar es la de combate». Difícil estar más en consonancia con lo dicho por el brigadier.

La conclusión de Barry es sobria, severa: el Reino Unido conserva prestigio, tradición y talento, pero ha permitido que su Ejército pierda la capacidad de sostener el combate. Es difícil no coincidir con él en lo esencial. Y la advertencia, cómo no, trasciende el caso británico. Para nuestro Ejército de Tierra, salvando las distancias de ambición y volumen, el paralelismo es claro: sin hombres, sin reservas, sin medios suficientes y sin una logística robusta, la modernización se quedará en apariencia. La credibilidad militar —y la seguridad de los soldados— no se mide por programas anunciados (eso sirve para abrir mañanas informativas), sino por la capacidad real de combatir y sostenerse cuando llega el momento.
Créditos: British Army y Wikipedia
Jorge Estévez-Bujez
defensayseguridad.es


Un comentario
La rebaja de efectivos de tierra que se produjo en los noventa fue debida en su mayor parte al desmantelamiento del dispositivo británico en Alemania BAOR destinado a contener al Pacto de Varsovia y que llegó a disponer de 50000 hombres. En la actualidad la corrosión de las fuerzas armadas británicas no es sino reflejo de la degradación de la sociedad a la que sirven. Ya señaló el vicepresidente JD Vance que UK sería la primera potencia islámica con submarinos nucleares. La amenaza rusa está más viva que nunca, pero aun así ha sido desbancada por esta última.