«Aquí no se ha firmado nada.»

Aquí no se ha firmado nada. Sólo hay un compromiso político”

Es inopinadamente fácil que los dirigentes políticos conviertan en papel mojado su palabra, trayectoria y cualquier legado de coherencia tras de sí. Y pueden hacerlo en cuestión de días, además, si no de horas.

 

Tras el desafío conceptual al que asistimos ayer sobre el valor semántico de la firma o el acuerdo, actos de compromiso indubitables a los que la ministra enfrentó ayer en una suerte de Coliseo de las incoherencias, es difícil no maravillarse de tanto infortunio en tan pocas palabras. Si el valor internacional de un acuerdo se mide por la palabra dada, y los compromisarios, unánimemente en el caso de la Cumbre de La Haya, consienten obligarse por medio de la misma, no hay más que objetar, a no ser que se caiga en una suerte de disidencia extemporánea. Jugar a ser una facción insurrecta que levanta la mano, pero acuerda con sus pares; que anuncia objeciones, pero se apunta a la foto; que disiente, pero consiente, es jugar a perder crédito, honor, palabra y condición. Y no sé exactamente cuánto de todo eso quedaba aún en las alforjas de las diplomacia española, pero sospecho que ya poco puede haber en sus mohosos y oscuros fondos.

Para asombro general, tras afirmar que hay acuerdo, pero no firma, y en un quiebro taurino sin par conocido, la ministra decía: “…es el momento de cumplir los compromisos (…)”. Y así, ajena a otra versión de ella misma diez segundos antes, Robles nos daba otra lección de realpolitik, orillando cualquier premisa moral en defensa de los intereses, no ya nacionales, sino de Gobierno; porque la letra pequeña de lo ocurrido en La Haya, debe leerse en clave menor, autóctona.

 

El compromiso fue unánime, pero no se firmó. El compromiso fue el mismo para todos, pero distinto para España. En cuestión de días, el embrollo diplomático en que nos hemos metido ha dejado arruinada la ya débil imagen de España en el ámbito aliado, que es el mismo que el político y económico de nuestro entorno más cercano y estrecho.

 

No se trataba, y así lo defendíamos días atrás, de si el 5% era adecuado a nuestras capacidades económicas y presupuestarias. Ese debate es del todo legítimo y debe tener voces solventes que lo cuestionen y lo estructuren. Es más que probable que una cifra semejante sea inasumible para una economía en niveles de deuda insostenibles mucho tiempo más, sin un ajuste violento en el corto plazo. El debate iba, y lo abrió la Delegación española en La Haya, de palabras y de gestos, de honor, si se quiere. Significarse en un sentido, desligarse del común, tiene su punto de atractivo, de outsider, que dirían los modernos. Pero ese verso libre, con ser legítimo, había de serlo hasta el final, so pena de acabar siendo un inadaptado, en lugar de una llamativa nota discordante, irredenta, que pudo haber tenido razón, pero a la que le tembló el pulso en el último momento. España no firmó -al igual que el resto- pero levantó la mano cuando los demás lo hicieron. España no quería, pero acudió a la foto -aunque fuera en la esquina más alejada del cuadro-, España dijo no mientras decía sí. Y ahora, a moro muerto, gran lanzada. “Aquí no se ha firmado nada”,¡coño! -faltó decirle para añadir un puntito de comprensión a la prensa asistente-. Aquí no se ha firmado nada, pero es hora de cumplir los compromisos. El desnorte no puede ser más evidente.

 

En el convencimiento de que alcanzaremos unas capacidades que, dicen, es lo que de veras se espera de los socios, el Gobierno apuesta todo a la presencia en misiones de paz y al aporte de recursos y tropas a los despliegues de la alianza.

 

“Nadie puede poner en duda el compromiso de España con la paz”, apuntaba finalmente la ministra. Lo que está en duda es el compromiso para la guerra, en forma de inversiones y capacidades. La retórica de la paz ha sido enterrada por Putin, y es la guerra lo que esgrime la OTAN como causa del rearme en Europa. Sembrar una duda razonable en el corazón de la Alianza no es ser un verso libre, de eso ya se había encargado Francia durante décadas. Lo que el Gobierno ha pergeñado es un indecoroso plan de supervivencia parlamentaria a costa del descrédito internacional. Y no va a ser gratuito.

 

Ebujez

defensayseguridad.es

 

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