Al Indo-Pacífico se va llorado

¿La Armada en un despliegue en el Indo-Pacífico?

Las unidades no alcanzan para propuestas así, pese a quien pese

En los pasillos del Ministerio de Defensa, y en las tertulias de los think tanks especializados, ha vuelto a surgir el fantasma de un «despliegue en el Indo-Pacífico». No es la primera vez que oímos este ¿anhelo? de la Armada, esa joya todavía maltrecha de nuestra proyección de poder, buscando surcar las aguas del antiguo Lago Español, el Pacífico, para insertarse en el tablero geopolítico donde se dirimirá el futuro del siglo XXI.

Pero, ¿qué hay de real en esta pretensión? ¿O es, una vez más, el eco de una ambición que se pierde en la indefinición crónica de nuestras políticas navales? Porque, atendiendo a la realidad presente —y a la bruma que envuelve el Plan Armada 2050—, lo que se vislumbra no es un vector de influencia, sino un ejercicio de retórica que roza la ciencia ficción.

Recordemos: el Indo-Pacífico no es un mero apéndice exótico en los manuales de estrategia. Es el epicentro donde chocan las placas tectónicas del orden internacional: China expandiendo su sombra con una flota que ya supera las 370 unidades, Estados Unidos replegando velas en otros lugares ante un AUKUS que redefine alianzas, y una India que, con sus portaaviones y submarinos nucleares, reclama su tajada en el pastel. Estar allí, proyectar presencia naval a más de 15.000 kilómetros de casa, tiene todo el sentido del mundo si lo que se quiere es tomar parte en un futuro probable. No es capricho: es imperativo. Pero los imperativos se afrontan con una mezcla de determinación política, industrial y diplomática de primer nivel, o no se afrontan. Para un viaje de mínimos no hacen falta alforjas.

En ese vasto teatro se jugará no sólo el comercio global —el 60% del que depende Europa—, sino el equilibrio diplomático y estratégico de los próximos decenios. Ignorarlo, estamos de acuerdo, sería como pretender influir en la Guerra Fría desde un balcón en la Plaza Mayor.

Pero, ¡ay!, para ello hacen falta más que declaraciones de intenciones en cumbres de la OTAN o foros de la UE. Hace falta un plan. Uno de verdad. Conocido, coherente y, sí, ambicioso hasta el tuétano. Y, después del plan, la concreción del mismo, lo que nos lleva, inexorablemente, a concluir que no estamos preparados para algo así; no ya política ni defensivamente, sino socialmente. Pero eso es harina de otro costal.

El meollo de la frustración: el Plan Armada 2050, ese documento que debería ser el faro de nuestra política naval a medio plazo, languidece en la indefinición más absoluta. Presentado en 2023 con pompa y circunstancia, prometía una flota renovada de la que hemos dado cuenta innúmeras veces. Algo se va concretando, sí, pero faltan las notas principales de la partitura, que todavía aparecen emborronadas y sin la melodía limpia.

Entonces, ¿dónde están los detalles operativos? ¿Cuáles son las pretensiones reales del Estado Mayor de la Defensa (EMAD) a futuro? Silencio. O, peor, un silencio que huele a improvisación. No conocemos ni cálculos presupuestarios para algo así, ni las priorizaciones logísticas, ni, crucialmente, la doctrina de empleo en teatros remotos. No conocemos nada que construya una estrategia propia en aquel teatro.

¿Se contempla rotación de unidades en Singapur o Yokohama? ¿O es sólo un guiño a la «autonomía estratégica» europea que tanto gusta en Bruselas?

Una hermosa vista de unidades navales australianas de sello español

 

Peor aún: sin alianzas sólidas en la zona, sin bases permanentes donde establecer buques y personal, este supuesto despliegue parece más un capítulo de Star Trek que una realidad plausible. ¿Dónde atracamos un Juan Carlos I en medio de un mar infestado de dilemas? ¿En puertos filipinos inestables? ¿O contando con la buena fe de un Japón que ya tiene sus manos llenas con el Quad (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral)?

No hay acuerdos bilaterales profundos, ni infraestructuras logísticas preestablecidas, ni siquiera un memorando con Australia que vaya más allá de la fructífera colaboración para reconstruir su Marina de Guerra la pasada década. Es como enviar a un regimiento de infantería al Sahel sin aeródromo ni cadena de suministro: heroico en teoría, suicida en la práctica; es marcarnos un Sebastián I de Portugal en las Antípodas, con un resultado muy probablemente similar.

Y mientras, el EMAD guarda sus cartas —o, más bien, su vacío de cartas— bajo el pretexto de «flexibilidad estratégica». Flexibilidad, decimos. ¿O es simple parálisis presupuestaria, con un PIB en defensa estancado en el 1,3% del que tanto presumimos en la cumbre de Washington? Podrá argumentarse que estamos en el 2%, pero da igual que lo sea, porque una empresa así excede los guarismos presupuestarios, su tamaño supera las matemáticas para entrar en el terreno de la DIPLOMACIA amplia, la misma de la que carecemos.

No me malinterpreten: no es que no tenga sentido plantar bandera en el Indo-Pacífico. Al contrario, sería un inteligente desempeño diplomático y militar. Sería la prueba de que España no es sólo un actor mediterráneo, sino un puente transatlántico con ambición global. Pero la realidad es la que es: somos un actor mediterráneo prácticamente secundario, imaginen en el Indo-Pacífico qué tamaño seríamos capaces de sostener entonces.

Para ambiciones así, el Plan 2050 debería salir de la penumbra. Necesitamos transparencia: un papel que detalle acuerdos o alianzas, algunas de las cuales hacen incluso sonreír indisimuladamente por su naturaleza, ajena a nosotros en grado sumo: ¿con AUKUS como observador? ¿O un pacto con ASEAN?. ¿Cuánto dinero es necesario para inversiones en sostenimiento? ¿Al menos 500 millones anuales en logística remota?. Y ¿cómo implementar el entrenamiento conjunto con potencias como, por ejemplo, Corea del Sur?

Sin eso, todo lo demás —los portaviones hipotéticos, las alianzas efímeras— es accesorio. Es postureo estratégico que no engaña a nadie, ni a Pekín ni a Washington.

En última instancia, este espejismo Indo-pacífico nos confronta con una verdad incómoda: nuestra Armada, esa herencia de la Real Armada y  los Tercios del Mar, merece más que vaguedades. Merece no temer ambicionar, un Gobierno que presupueste, no ya sin sin titubeos, sino que presupueste; y una sociedad que entienda que 15.000 kilómetros no se salvan con retórica, sino con acero y visión.

De lo contrario, seguiremos siendo espectadores en el gran juego del Pacífico: informados, sí, pero irrelevantes. Y eso, amigos, no es estrategia, es otra cosa.

 

Jorge Estévez-Bujez

denfensayseguridad.es

3 respuestas

  1. Don Jorge, buenos días. Borre la ‘n’ intrusiva bajo su nombre arriba.
    Seguiremos llorando, sin acero y sin visión.
    Muy buena reflexion.

  2. ¿Y quién dicen que es el enemigo en el Indopacífico? ¿Contra quién vamos a mandar nuestra flota?¿Contra China, que es un importante socio comercial nuestro? ¿Contra la India a la que le vendemos armas e intentamos venderle todavía más? ¿O es para ir por ir?

    ¿Cómo es eso de ir ya llorados? Porque veo mucho llanto en el articulo y poca definición – curiosamente lo que el redactor le echa en cara a la Armada.

    Defínanse primero en el artículo los escenarios y enemigos, y entonces los lectores podremos debatir sobre ello, antes de pasar al armamento que de las necesidades de esos escenarios surgiese.

    1. Típicos comentarios de los «followers»
      Pro hurjets,pro bam a 700 mill por dos ,y muy followers del castorIto y dragónIto.
      Y así nos va en 2025 por mucha pasta te gastes y sin ningún resultado.

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